lunes, 3 de mayo de 2021

literatura e inteligencia artificial






Kazuo Ishiguro, durante el discurso que pronunció tras recibir el Premio Nobel de Literatura el 10 de diciembre de 2017 Getty Images




ANTONIO LOZANO

06/03/2021 06:00



Klara y el sol , el retorno de Kazuo Ishiguro a la novela tras el Premio Nobel concedido en 2017 y otro loable ejercicio de riesgo narrativo tras su tan desconcertante como sugerente predecesora, El gigante enterrado , lanza dos mensajes, uno de largo alcance y otro de corto. El primero es la confirmación de que su obra se ha sostenido en la pregunta de qué entendemos por ser humano y si esta condición no sólo resiste múltiples estragos y desafíos (personales, históricos, ambientales…) sino si cabría extender sus parámetros más allá de la biología. Una trayectoria que, a imagen de los neoplatónicos o los escolásticos, se ha interesado por la naturaleza del alma, desde una constante mutación de perspectivas. El segundo es la constatación de que tan ambiciosa búsqueda lo ha impulsado a ir tomando senderos de creciente abstracción y simbolismo en sus últimos trabajos, lo que comporta una valiente renuncia a toda forma de conservadurismo o a plegarse a la repetición de fórmulas ya ensayadas, con el inevitable contrapeso de sacrificar por el camino a lectores de perfil acomodaticio.


“¿Quién soy?” –o para ser más precisos, “¿quién soy yo para los demás y qué dice eso de mí?”– es la pregunta recurrente que ha atravesado sus ficciones, desde la exploración de sus raíces japonesas en las fundacionales Un artista del mundo flotante y Pálida luz en las colinas , pasando por los desnortados y atribulados protagonistas de Los restos del día , Los inconsolables y Cuando fuimos huérfanos . Klara y el sol quizá suponga la apuesta más radical en el apego cada vez mayor de Ishiguro por las atmósferas ambiguas y en ocasiones indescifrables, entre lo onírico y lo enigmático, que funcionan al modo de espejo de la confusión existencial en la que viven instaladas sus criaturas. Si en Nunca me abandones acudía a la ciencia distópica y en El gigante enterrado a la fábula de tintes medievales para hablarnos del amor y la muerte, esta vez se apoya en la tecnología sustitutiva para seguir indagando en idénticos asuntos.
Klara es una Inteligencia Artificial necesitada de energía solar para su funcionamiento y dotada de poderes de observación

Lo que podemos revelar del argumento: Klara es una Inteligencia Artificial necesitada de energía solar para su óptimo funcionamiento y dotada de grandes poderes de observación que aguarda paciente en una tienda su ocasión de acabar en el hogar de alguna persona. Cuando una joven se encapriche de ella y la adopte, su interacción con los humanos pondrá a prueba su capacidad para descifrarlos y se verá envuelta en un plan inquietante que la forzará a agudizar sus recursos para sortearlo.


Ishiguro concede el timón de la narración a un alma de metal Archivo
Los circuitos de la moral

Ian McEwan, compañero generacional de Ishiguro, de ese dream team, en afortunada expresión del su editor español, que empezó a descollar en los años ochenta, publicaba en 2019 Máquinas como nosotros, una ucronía marcada por la invención de unas criaturas sintéticas capaces de tomar decisiones morales. Y la facultad del ser humano para conservar o no su brújula ética provistos de tecnologías cuasi divinas recorría varios de los cuentos reunidos por Ted Chiang en Exhalación. Solo dos ejemplos recientes del modo en que la inteligencia artificial inspira a destacados narradores de hoy.

Narrada en primera persona por Klara, la historia limita al máximo los grandes marcos –no conocemos la época, el lugar, cómo se produjo el desarrollo de las máquinas…–, suministra escasas (pero muy perturbadoras) pistas sobre la sociedad donde se desarrolla y funciona en buena medida a base de volver sobre unas mismas situaciones o momentos. En un salto mortal literario, Ishiguro concede el timón de la narración a una bondadosa alma de metal que manifiesta las dificultades que presenta descodificar nuestras emociones y acciones, y que opta por actuar sobre el mundo de forma tan poética como sorprendente. Igual que ella no siempre nos entiende a nosotros, los lectores no siempre la entendemos a ella.

Esta corajuda decisión por parte de Ishiguro puede bañar de extrañeza y frialdad el conjunto pero el despliegue técnico –la armonía con que fluye el relato, la transparencia que emana de la prosa…– es admirable y la invitación a debatir sobre si existe algo que nos haga únicos deja huella. Además, hay una suerte de paradoja endiablada en que una novela que se postularía entre las definitivas sobre la esencia del corazón humano venga protagonizada por unos circuitos de carga solar, y el seguidor acérrimo del escritor gozará ponderando los hilos que unen al “robótico” mayordomo Stevens con los adolescentes del internado de Hailsham y Klara.

domingo, 25 de abril de 2021

La palabra robot nació hace cien años





La palabra robot nació hace cien años

Ha pasado un siglo del nacimiento de la palabra y de un concepto que antes causaba temor y ahora (parece) resulta inofensivo
El robot Eric causó impresión en la exhibición de 1928 de la Sociedad de Ingenieros de Modelos en Londres, aunque a duras penas podía mover la cabeza y los brazos. COLLECTION IM/KHAR BIN E-TA PABOR (ALBUM) / EPS


Monika Zgustova
25 ABR 2021


“¡Robot!”, contestó el pintor Josef Čapek, con la boca llena de pinceles, a la pregunta de su hermano Karel, escritor, sobre qué nombre ponerle al artificial ayudante del hombre en la obra de teatro que estaba terminando. Karel no tuvo que pensárselo mucho. Robot: la palabra se ajustaba perfectamente a su personaje artificial. Además, era familiar: robota, en checo y en otras lenguas eslavas, significa “trabajo duro”.

Esta escena tuvo lugar hace justamente cien años. La obra de teatro se tituló RUR o Rossum’s Universal Robots. El nombre Rossum significa “inteligencia” en las lenguas eslavas, de modo que ya el título daba a entender que trataba de la inteligencia artificial que tenía que estar al servicio del hombre. Sin embargo, Čapek tenía siempre presente el horror que se apoderó de él cuando, unos años antes, la tecnología bélica se había girado contra el hombre en la I Guerra Mundial. Observaba con temor la evolución científica de la inteligencia artificial y en su obra retrató una rebelión de los robots que acaban dominando al hombre. Se estrenó en 1921, tuvo mucho éxito en los escenarios eu­ropeos y estadounidenses, y se tradujo a 30 idiomas.

Pero, sobre todo, brindó al mundo la palabra “robot”. Y con ella marcó toda una línea de novelas y películas que, también después de la II Guerra Mundial, siguieron con temor el desarrollo de la robótica. Tal vez la más conocida de todas sea 2001: Una odisea del espacio, versión cinematográfica que Kubrick hizo de unos cuentos de Arthur Clarke. También aquí el ordenador Hal va adquiriendo propiedades humanas y, al sentirse amenazado, se rebela y acaba convirtiéndose en un asesino de los hombres.

Hace unos años, en el Festival Grec de Barcelona vi la obra Las tres hermanas, de Antón Chéjov, puesta en escena por la Seinendan Theatre Company y el gran innovador teatral Oriza Hirata, que trabajaba tanto con actores como con androides y robots. Mientras entraba en el teatro me imaginé que vería otra distopía sobre los hombres que se ven dominados por los que debían de ser sus ayudantes. Pero no: tanto androides como robots convivían en la obra tranquilamente con los humanos. El robot, una divertida caricatura, desempeñaba el papel de una de las hermanas, al igual que el androide; ambos —mejor dicho, ambas— se sumergían aunque no quisieran en el mundo de los sentimientos.

Acabo de leer Klara y el Sol, de Kazuo Ishiguro. También sus protagonistas se olvidaron de los temores del siglo XX. Situada en Estados Unidos en un futuro indefinido pero no muy lejano, la novela habla de Klara, una robot que sirve de amiga de una adolescente con problemas de salud. Ni la adolescente, ni sus amigos dan vueltas a las preguntas filosóficas sobre la naturaleza de esos frutos de la tecnología ni contemplan la posibilidad de su rebelión: como cualquier máquina, Klara está allí para servirles y, cuando se ve superada por modelos más avanzados, se la tira a la chatarra y punto.

Al cerrar el libro, pienso que, un siglo después de la aparición del primer robot amenazador en la escena del Teatro Nacional de Praga, nuestra visión de la inteligencia artificial se ha enriquecido. Ha sido un largo camino, con guerras y dictaduras y bombas atómicas de por medio. Muchas tareas se han robotizado y no solo en la industria, sino incluso en nuestra cotidianidad. El robot ya no da miedo. ¿O sí?